El Último Hombre del Planeta – Capítulo 2
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El Último Hombre del Planeta – Capítulo 2: Un Nuevo Invento Revolucionario
En este capítulo, el protagonista se enfrenta a nuevos desafíos en un mundo post-apocalíptico. La humanidad ha sido diezmada por un misterioso virus y sólo él parece haber sobrevivido. Mientras explora las desoladas ciudades en busca de recursos y respuestas, hace un increíble descubrimiento.
Dentro de un laboratorio abandonado, encuentra un nuevo invento que podría cambiarlo todo. Se trata de un dispositivo de alta tecnología que, según los registros, tiene el potencial de revertir los efectos del virus y restaurar la vida en la Tierra. El último hombre del planeta ahora tiene una misión: hacer funcionar este invento y salvar a la humanidad de la extinción.
La ciencia ficción cobra vida en este capítulo lleno de acción y suspense. El protagonista deberá enfrentarse a peligrosos obstáculos, desde mutantes radioactivos hasta condiciones climáticas extremas, para poder llevar el nuevo invento al lugar indicado y activarlo antes de que sea demasiado tarde.
¿Tendrá éxito en su misión? ¿Podrá este revolucionario invento cumplir su propósito y brindar una segunda oportunidad a la humanidad? La respuesta a estas preguntas se revelará en los próximos capítulos de esta apasionante historia de ciencia ficción.
No te pierdas los giros y sorpresas de El Último Hombre del Planeta – Capítulo 2. Sumérgete en un mundo fascinante donde la supervivencia, la tecnología y la esperanza se entrelazan en una trepidante aventura que te dejará al borde de tu asiento.
Capítulo 2: El Eco de los Golpes
El hombre permaneció inmóvil frente a la puerta, el sonido de los tres golpes aún resonando en su mente. ¿Qué era? ¿Quién podría estar ahí, tocando la puerta en este mundo muerto? Inmediatamente, su mente comenzó a llenarse de posibilidades, una tras otra, cada una más improbable y absurda que la anterior.
¿Y si solo fue una alucinación?, pensó. Después de tanto tiempo solo, el silencio podía haberse convertido en una especie de maldición. El sol abrasador, la sed constante, el agotamiento… todo podría estar jugándole malas pasadas a su mente. No sería la primera vez que sus sentidos le engañaban. Ya antes había creído escuchar voces, pasos… ¿Por qué esto sería diferente?
Pero, ¿y si no es una alucinación?, se dijo a sí mismo, tratando de aferrarse a la razón. ¿Y si es alguien? La sola idea de que otro ser humano pudiera estar detrás de esa puerta, después de lo que parecían ser siglos de soledad, le llenó de un extraño terror y una esperanza cautelosa. ¿Podría ser real? El hombre había dejado de contar los días, pero sabía que hacía cerca de trescientos años que no veía a nadie más. Trescientos años vagando en un mundo que se había podrido y disuelto. Trescientos años solo con sus pensamientos y las ruinas.
Se permitió soñar, por un breve instante, que tal vez… solo tal vez… otro sobreviviente había llegado hasta él. Alguien con quien compartir una palabra, una mirada, alguien que confirmara que no era el único. Pero enseguida, una sensación más oscura le invadió. ¿Y si fuera una amenaza? El mundo no era el mismo que antes. La vida había cambiado de formas crueles. Quizás lo que estuviera al otro lado no era humano, o no al menos en la forma que recordaba.
Cada segundo que pasaba, su ansiedad crecía. Sus manos se tensaron en torno al mango del cuchillo que siempre llevaba en su cinturón. Aún tenía que decidir. Abrir la puerta significaba arriesgarse, y quizás ese riesgo lo llevaría a su final. Pero… no abrirla significaba seguir encerrado en su burbuja de soledad y duda.
Mientras debatía internamente, otro sonido rompió el aire.
Bang, bang, bang.
De nuevo, los tres golpes. Más fuertes esta vez, más urgentes.
Eso fue suficiente para romper el hilo de sus pensamientos. El hombre, con el corazón latiendo como un tambor en su pecho, decidió actuar. Apretó los puños alrededor del cuchillo y, con la respiración contenida, giró el picaporte lentamente. La puerta emitió un chirrido agudo mientras se abría hacia afuera, revelando lo que había al otro lado.
Lo que vio lo paralizó.
Frente a él, de pie en la penumbra, había una figura humanoide, pero no era un humano como él. Era una criatura delgada, grotescamente alta, con brazos larguísimos que se extendían hasta las rodillas. Su piel era blanca como la nieve, translúcida en algunos lugares, y parecía casi estirarse demasiado sobre sus huesos. No tenía pelo, y su rostro estaba completamente vacío de rasgos reconocibles, salvo por unos ojos negros huecos que se hundían en su cráneo como pozos de oscuridad. Lo más perturbador de todo era la boca: una línea delgada que, al abrirse, reveló filas de dientes afilados.
La criatura lanzó un gruñido bajo y gutural antes de abalanzarse sobre él.
El hombre apenas tuvo tiempo de reaccionar. Levantó el cuchillo instintivamente, pero la criatura lo arrojó al suelo con una fuerza inesperada. Sus manos delgadas y frías se cerraron alrededor de su cuello, apretando con una fuerza inhumana mientras lo arrastraba hacia el suelo polvoriento de la habitación. Los dedos de la criatura se hundían en su piel, bloqueando su respiración, mientras el hombre forcejeaba, golpeando desesperadamente a la criatura en el costado con su puño libre. El cuchillo había caído de su mano en el impacto.
La criatura rugió, sus dientes brillando bajo la luz parpadeante de la linterna, y se inclinó hacia él con la boca abierta. El hombre, desesperado, tanteó alrededor en busca de cualquier cosa que pudiera usar como arma, y su mano se cerró alrededor del mango de algo pesado. Un martillo oxidado.
Con un último esfuerzo, lo levantó y lo estrelló contra la cabeza de la criatura.
El cráneo de la criatura crujió con el impacto, pero no cedió. El hombre, jadeando por el esfuerzo, levantó el martillo de nuevo y golpeó una segunda vez, esta vez con más fuerza, justo en la sien. La criatura chilló, un sonido agudo que perforó sus oídos, pero no soltó su agarre. Los ojos huecos lo miraban fijamente mientras la sangre negra comenzaba a manar de la herida.
El hombre, con la visión borrosa por la falta de aire, levantó el martillo una última vez y lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre la cabeza de la criatura.
El cráneo finalmente se partió, y un torrente de sangre negra y espesa lo bañó. La criatura se desplomó sobre él, inmóvil, su boca aún abierta en una mueca de rabia. La sangre negra cubrió sus manos y su pecho, y el olor metálico y agrio le hizo sentir náuseas. Pedazos del cerebro de la criatura, pequeños fragmentos de carne grisácea, quedaron esparcidos por el suelo a su alrededor.
El hombre, temblando, empujó el cuerpo de la criatura a un lado y se dejó caer de espaldas, jadeando, tratando de recuperar el aliento. El martillo aún estaba en su mano, y su corazón golpeaba con furia en su pecho. Sentía el líquido viscoso de la sangre negra cubriéndolo, y sus manos temblaban mientras trataba de limpiar su rostro.
Por un largo momento, solo el sonido de su respiración pesada llenaba la habitación.
Se quedó allí, mirando al techo, tratando de procesar lo que acababa de suceder. ¿Qué era esa cosa? ¿De dónde había salido? No había visto algo así en todos sus años de vagar por la tierra muerta.
Después de un tiempo, se incorporó lentamente, limpiándose el rostro lo mejor que pudo con un trozo de tela. Sus ojos se fijaron en el cadáver de la criatura, ahora sin vida, tendido en el suelo. El martillo había hecho su trabajo, destrozando completamente la cabeza. Fragmentos de hueso y carne estaban esparcidos por el suelo en un charco de sangre negra.
Fue entonces cuando lo notó.
El brazo de la criatura, delgado y alargado, tenía una cicatriz. No era una cicatriz cualquiera. Era un número. Marcado claramente en la piel pálida y estirada. Un número que él conocía demasiado bien.
"33".
El hombre se quedó mirando la marca, sin comprender del todo lo que significaba. Lentamente, levantó su propio brazo y lo miró.
El mismo número estaba marcado allí, en su propia piel.
El número 33.
Su mente se llenó de preguntas, pero ninguna respuesta llegó. Sólo el sonido del viento afuera, y el frío temor que comenzaba a arrastrarse por su columna vertebral.
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