Hace uno o dos años, vivía en Mazatlán, México, compartiendo un departamento con un par de compañeros de cuarto. Era una vida tranquila, casi rutinaria. Tenía dos perros que llenaban mis días de alegría. Uno de ellos, un Pomeranian, sigue conmigo hasta hoy. El otro, un hermoso Siberian Husky, era mi mejor amigo. Con su pelaje gris y sus ojos azules, parecía un lobo majestuoso, lleno de energía y lealtad. Nunca pensé que algo pudiera cambiar entre nosotros… hasta que sucedió. Un fin de semana, decidimos salir a explorar un sendero cercano, un lugar rodeado de naturaleza densa y montañosa. Nos adentramos bastante en el bosque, y mientras caminábamos, mis perros corrían libres, felices. Pero algo extraño ocurrió. El Husky, normalmente obediente, salió corriendo hacia una zona espesa del bosque y desapareció. Lo llamé, lo busqué con desesperación, pero no había rastro de él. La noche cayó, y después de horas de búsqueda, tuve que volver a casa sin él. Me sentía destrozado. Algo en mi interior me decía que algo andaba mal, pero intenté calmarme. Tal vez solo se había desorientado y volvería. Y al día siguiente, volvió. Pero desde el momento en que lo vi, supe que algo no estaba bien. Era él, o al menos se parecía a él. Su pelaje estaba sucio y enredado, como si hubiera estado vagando por mucho más tiempo del que realmente estuvo perdido. Sus ojos, esos ojos que solían brillar de vida, ahora parecían apagados, vacíos, como si algo lo estuviera observando desde dentro, algo que no era mi Husky. Al principio, pensé que tal vez estaba asustado o desorientado. Lo acaricié, pero su reacción me dejó helado. No era el mismo perro. Su mirada era fría, calculadora, y cuando intenté abrazarlo, un gruñido bajo y gutural salió de su garganta, algo que jamás había hecho antes. No era un gruñido de advertencia… era como si me estuviera advirtiendo que me alejara. Los días pasaron, y la sensación de incomodidad creció. Por las noches, lo escuchaba moverse por la casa, sus pasos lentos y pesados, como si algo estuviera arrastrando su cuerpo. Lo veía caminar en círculos, mirando hacia la puerta, como si esperara a alguien… o algo. A veces se detenía frente a la ventana, observando hacia el bosque, con sus orejas tensas, como si escuchara un llamado que yo no podía percibir. Mis compañeros de cuarto también lo notaron. "¿Qué le pasa a tu perro?", me preguntaban, pero yo no tenía respuesta. Él seguía comiendo, seguía moviéndose, pero ya no era él. Una noche, mientras todos dormían, me desperté de repente, con una sensación de pánico recorriéndome el cuerpo. Algo estaba en mi habitación. Al principio pensé que era el Pomeranian, pero cuando mis ojos se ajustaron a la oscuridad, lo vi. Mi Husky estaba en el umbral de la puerta, inmóvil, observándome. Su cuerpo estaba extrañamente rígido, como si no supiera cómo moverse correctamente. Y entonces, comenzó a caminar hacia mí. Pero no caminaba como lo hacía antes. Sus movimientos eran erráticos, casi humanos. Su cuello se giraba de una forma antinatural, y su cabeza se inclinaba hacia un lado como si estuviera intentando observarme desde un ángulo imposible. Un escalofrío me recorrió la espalda. No era mi perro. El aire en la habitación se volvió denso, pesado, y con cada paso que daba, su respiración se volvía más profunda, más irregular. Y entonces, se detuvo al pie de mi cama. Sus ojos, que antes parecían vacíos, ahora ardían con algo desconocido, algo que me aterrorizaba. Mi cuerpo no se movía, paralizado por el miedo. Sabía lo que era, o al menos lo que *no* era. Lo que estaba frente a mí no era un simple perro perdido en el bosque. Era algo más. Algo antiguo. Algo que había tomado su forma para acercarse a mí. Me levanté lentamente, mi corazón latiendo con fuerza, pero en cuanto moví un músculo, el Husky inclinó su cabeza, como si estuviera analizando mis movimientos, estudiándome. De repente, de su boca salió un susurro gutural, no un ladrido, no un gruñido… era un sonido casi humano, como si intentara hablar. No esperé más. Corrí hacia la puerta, cerrándola de golpe. Mi mente no podía procesar lo que acababa de ver, pero una cosa era clara: ese no era mi perro. Y no era seguro tenerlo en la casa. Llamé a un amigo de confianza, alguien que sabía de las leyendas locales. Le conté lo que había pasado, y su reacción fue inmediata. **"Eso suena como un Skinwalker"**, dijo, su voz temblando ligeramente. Me explicó que los Skinwalkers son entidades capaces de tomar la forma de animales o personas, criaturas malditas que buscan acercarse a los humanos para destruirlos desde dentro. Desde ese día, el Husky desapareció. Nadie lo volvió a ver. Pero cada vez que miro al bosque desde mi ventana, siento que algo me observa, algo que nunca se fue del todo. Y aunque el Pomeranian sigue siendo mi fiel compañero, cada noche cierro las ventanas y las puertas con la esperanza de que lo que sea que tomó la forma de mi perro nunca vuelva a cruzar el umbral. Pero en el fondo, sé que sigue ahí… esperando.