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LA BRUJA NAHUAL: Impresionante historia de una Bruja Huay HISTORIAS DE T…


La Nueva Invención: LA BRUJA NAHUAL

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¿Quién Es, la Bruja Nahual?

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Impresionante historia que nos llega esta vez al canal, podran escucharlo en mi CANAL
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https://youtu.be/yhsRnnE25Rc?si=sjEUc7ezObVbXno-

Aqui el relato

La Bruja Huay.
Relato de una Bruja Nahual.

Experiencia enviada por una suscriptora. 

Adaptado por Lengua de Brujo para el canal Luco.

 

La suscriptora decidió mantener un seudónimo con el nombre de María. Así mismo, pidió que se mantenga en anonimato el municipio donde ella vive; solo se menciona el nombre del municipio donde acontecieron los sucesos.

Basado en hechos reales.

Soy una suscriptora reciente del canal y, al escuchar las historias que se mencionan, me he animado a compartir la historia que vivió mi abuelita materna, Mila, cuando era más pequeña y que hoy en día, ya falleció.

Mi abuela Mila nos cuidó a mi hermano y a mí cuando éramos pequeños. Ella era una mujer de carácter fuerte, cariñosa y protectora. Siempre estaba muy atenta de dónde estábamos o qué hacíamos mientras ella cocinaba. Recuerdo que, cuando me dolía la cabeza, ella hacía un preparado con hierbas, lo dejaba a la luz de la luna llena y, al día siguiente, me lavaba la cabeza al mediodía con ello, y en poco tiempo sentía mejoría. Cuando nos hacía estos preparados, se encerraba en su cuarto y salía a los pocos minutos. Nunca supe por qué lo hacía, pero en una ocasión la logré ver leer un libro, como un recetario donde me imaginé que allí tenía todo apuntado. También nos advertía constantemente que no habláramos con extraños y, mucho menos, aceptáramos cosas de ellos, siempre desconfiando de las personas. Y la verdad, no entendía mucho el porqué. Sin embargo, cuando comenzamos a ir a la escuela, ella hacía mucho hincapié en que no comiéramos cosas que nos regalaran, ya que ella, de niña, había pasado por una horrible experiencia.

A partir de este punto, les contaré la historia de mi abuela, tal cual me la contó a mí y como yo la recuerdo.

Siempre, antes de acostarnos, nos relataba alguna historia del poblado donde ella vivió, el cual era llamado Dzitbalché. Allí vivió junto con mis bisabuelos, Rosa y Pedro, y con sus hermanos y hermanas, todos en la misma casa. Y como ella era la mayor, sus tareas del hogar eran más que las de los demás hermanos. Era la encargada de ir a comprar, moler maíz e ir por agua. Después, por la tarde, tenía que ir a criar a los animales: cochinos, gallinas y pavos que tenía mi bisabuela. Todo esto antes de que oscureciera, ya que, al caer la noche, la oscuridad era tan profunda que uno no podía ver más allá de dos metros frente a uno, pues en aquellos tiempos no había energía eléctrica y los alrededores estaban cubiertos por puro monte, siendo la única luz la de la luna. Además, mi bisabuela tenía una regla más: les pedía dormir a todos a partir de las 8 de la noche, porque cuando la noche avanzaba, la maldad se hacía presente.

 

Mi bisabuela Rosa le decía a mi abuelita Mila que siempre pasara por un camino en específico, esto para que no pasara junto a la casa de su vecina, doña Luz. Y es que de doña Luz se corría el rumor en todo el poblado de que ella era una bruja huay (así les llamaban a las brujas que podían transformarse en animales). Se decía que practicaba la magia negra, pues le gustaba por las noches, convertirse en un mono negro y andar por los árboles, metiéndose en las casas y robando comida. Por esa razón, cuando la mañana llegaba, muchas personas veían que ya no tenían alimentos, o estos amanecían mordidos, junto con restos de pelaje de mono. Se mencionaba también que por las noches veían cómo a la casa de doña Luz, entraba mucha gente proveniente del monte, y salían animales mucho más grandes de lo que deberían ser. Se decía que su magia negra convertía a las personas en animales; poco después, los conocieron como los nahuales del monte.

Todos en el pueblo sabían de los oscuros favores que Doña Luz hacía. Además, entre los vecinos se decía que ya la habían visto practicar las artes negras. Estos rumores y experiencias de los pobladores despertaron en mi joven abuelita Mila una gran curiosidad, de la que luego se arrepentiría.

 

Una mañana, como cualquier otro día, mi abuelita fue a comprar el mandado que se le había ordenado. Mi abuelita Mila, ese día, no podía dejar de pensar en todo lo que hacía doña Luz. Fue tanta su obsesión que, al tomar el camino de siempre, desafortunadamente se encontró con doña Luz. Era como si la hubiese invocado por pensar tanto en ella, o quizás había sido una coincidencia, o probablemente doña Luz ya había elegido a su próxima víctima. Doña Luz le preguntó a mi abuelita hacia dónde se dirigía. Ella, recordando las palabras de mi bisabuela y por miedo, no le respondió. Pero, aun así, como si doña Luz le estuviera leyendo la mente, continuó diciéndole:

—Ya que vas a comprar unas cosas, ¿me podrías traer algo a mí?

 

No parecía pedir nada inusual o raro, así que mi abuelita, un poco temerosa, aceptó. Ya de regreso, pasó por la casa de doña Luz para darle su encargo. Esta la invitó a pasar; ella no quiso, pero doña Luz le insistía tanto que, para poder zafarse de su invitación, le dijo que tenía que irse con la excusa de que mi bisabuela la iba a regañar por tardar en llevar las cosas que le había encargado desde antes. Así fue como doña Luz se quedó por un momento inmóvil, observándola con una sonrisa inquietante. De forma inmediata dejó de insistir y le comentó que le daría algo como agradecimiento. Sacó una bolsa de carne para que todos la comieran. Ella se quedó extrañada, ya que, por lo menos, debería haber tres kilos de carne allí. Doña Luz no parecía ser una persona con muchas pertenencias para poder tener tanta carne, en aquellas épocas, era un lujo comerla.

 

Mi abuelita Mila se apresuró a llegar a su casa por miedo a que doña Luz la siguiera y también por temor a que mi bisabuela le pegara por lo tarde que estaba regresando. Al llegar, entregó la compra y también la carne, y como era de esperarse, le preguntaron de dónde la había sacado. Con miedo, les contó todo lo que había pasado. Mi bisabuela se enojó mucho, pero también se preocupó, así que le pidió a mi abuelita Mila que devolviera la carne a doña Luz. De nueva cuenta, regresó a casa de esa mujer; sin embargo, por más veces que tocó a la puerta, no fue atendida. Se acercó a la ventana para asomarse y fue cuando vio que doña Luz tenía en su mesa un montón de hierbas y huesos, trastes de madera y jícaras. Además, tenía unas figuras de madera con apariencias feas y a un lado de ellas, había un libro grueso de color negro. Mi abuelita sintió mucho miedo. Aquello que veía ya la había paralizado; no podía dejar de mirar por la ventana. Y, como si hubiese despertado de un trance, logró controlarse e irse de ahí.

Al llegar a la casa de mi bisabuela, le explicó que nadie le había atendido y no pudo dejar la carne, pues no se había animado a entrar por lo que había visto allí adentro. Al final, fue mi bisabuelo Pedro quien decidió que lo mejor sería tirar la carne en el patio, cuidando que los animales no la comieran. Un poco más tarde, cuando terminaron de comer, mi abuelita fue por un poco de leña al patio para prender el fuego y ponerse a tortear para mi bisabuelo Pedro. Mientras recolectaba la leña, percibió un olor pestilente y, al acercarse más para ver de dónde provenía ese olor, notó que era la carne que hace un par de horas le habían regalado. Vio con espanto que la carne estaba agusanada y putrefacta, como si hubiera pasado días enteros allí tirada.

Mi bisabuela, al percatarse de esto, decidió que iba a ir a reclamarle a doña Luz. A la mañana siguiente, con medallitas y cruces en la bolsa, mi bisabuela confrontó a doña Luz. Le pidió que, por favor, no les obsequiara ya nada y le regresó la bolsa con la carne podrida. No quiso confrontarla más, pensando que ella podría tomar represalias o venganza por ello.

 

Pienso que mi bisabuela no estaba alejada de lo que había pensado; no estaba de más tomar más precauciones. Días después de lo sucedido, mi bisabuela optó por que mi abuelita se quedara a cuidar de sus hermanitos, y que ahora ella sería quien iría por los mandados.

 

No pasó mucho tiempo cuando, un día, mi bisabuela tuvo que ir a moler el maíz. Se tardaría un poco más en regresar a casa, así que le pidió a mi abuelita que tomara precauciones, cuidara de los demás y que no salieran a jugar al patio durante el tiempo que ella no estuviera en casa. Le prometió que volvería antes del almuerzo. Pero, por obra del destino, no llegó a la hora acordada. Mi abuelita procuraba distraer a sus hermanitos y preparar algo de comer para ellos mientras esperaban. Como no había mucho más que hacer, prefirió darle de comer a todos sus hermanitos, quedándose ella sin comida.

 

Cuando sus hermanitos acabaron de comer, colgó unas hamacas para que se metieran a dormir. Ella se mantendría despierta cuidándolos mientras su mamá llegaba, ya que se había tardado más de lo esperado. Con el paso de las horas, comenzó a tener mucha hambre, cuando de repente alguien tocó la puerta. Mi abuelita se acercó y procuró revisar antes de abrir, mirando por un orificio que tenía la vieja puerta. Observó que era una mujer indígena, que llevaba puesto un huipil blanco con un rebozo, y tenía una cubeta con elotes recién cocidos, que para los ojos y el hambre de mi abuelita se veían muy apetecibles.

 

Abrió la puerta para comprarle unos elotes. La mujer indígena le entregó en una bolsa tres elotes y le dijo que no era nada, que eran un regalo para mi bisabuela Rosa. Mi abuela los tomó y agradeció. La mujer continuó con su camino, pero mi abuela, quien jamás había visto a esa mujer andar por el poblado, no le dio mucha importancia, pues tenía ya mucha hambre y no soportó la tentación de comerse un elote. Nos contaba que olían tan rico que eso le abría más el apetito, y cuando menos se dio cuenta, se había terminado los tres.

 

Por fin, cuando mi bisabuela llegó a la casa, encontró a mi abuelita sintiéndose mal; se quejaba de un dolor muy fuerte en la barriga y en la cabeza. La revisaron y le comentaron que a lo mejor era por la temporada, pero los días pasaron y mi abuelita aún no se recuperaba como se esperaba. Sentía mucha presión en la cabeza, se veía pálida y no quería comer, y esto se aunó a que empezó a tener calentura por las noches. Se acercó a mi bisabuela y le comentó que sentía la cabeza muy extraña. Mi bisabuela la tocó, y aparte de notar la fiebre, encontró una horrible sorpresa: dentro de los cabellos rizados de mi abuelita había gusanos.

 

No era posible, pues una noche anterior le había dado un baño para disminuir la fiebre y le había cepillado el cabello. Mi bisabuela empezó entonces a interrogar a mi abuelita, preguntándole si no había salido al patio o se había metido accidentalmente entre hierbas y árboles, ella quería buscar una explicación lógica a lo que estaba pasando. Pero mi abuelita, llorando, decía que no, que ella sentía mucha presión y dolor en la cabeza, y que al tocarla se había quitado algunos gusanos, igualitos a la carne del patio.

 

Le preguntó si había comido algo fuera de casa, y fue entonces cuando ella le contó sobre la mujer indígena que pasó vendiendo elotes la tarde que se fue a moler. De inmediato, mi bisabuela fue con la vecina y le contó lo que había pasado. La vecina le dijo que pensaba que la mujer indígena se trataba de alguna bruja que estaba haciendo de las suyas con magia negra, por lo que era necesario llevar a mi abuelita con alguien que pudiera deshacer aquella maldición. Fue así que mi bisabuela, sin ánimo alguno y no queriendo, pero preocupada, fue a ver a doña Luz.

 

Al llegar a su casa, era como si doña Luz ya las estuviera esperando. Les dijo que pasaran y revisó a mi abuelita por unos segundos, inmediatamente les dijo que necesitaría una gallina negra. Corriendo y sin dejar pasar más tiempo, mi bisabuela fue por una de sus gallinas del patio. Doña Luz le dijo que lo que viera y oyera, no se quejara pues tenía que soportarlo para poder quitarle el hechizo a mi abuelita. Por su parte, a mi abuelita le pidió lo mismo y que hiciera lo que ella le dijera.

 

Así es como sentaron a mi abuelita en una silla de madera. Doña Luz tomó una tela, el libro negro que mi abuela había visto antes, y ató una de las patas de la gallina a la mesa. Mi abuelita cuenta que Doña Luz empezó a hablar primero en maya (la lengua que comúnmente se hablaba en el pueblo) y después en otro idioma que no entendía, el cual se fue distorsionando poco a poco. Mi abuelita dice que recuerda cómo escuchaba que las cosas a su alrededor se movían y caían de su lugar, pero que no podía ver más porque tenía la cabeza tapada con un trapo. Con la cabeza inclinada hacia abajo, mirando a sus pies, vio cómo grandes gusanos caían al piso.

 

Empezaron a las cuatro de la tarde, y cuando dieron las seis, doña Luz ya había acabado. Una vez que todos los gusanos estaban tirados, doña Luz soltó a la gallina negra y dejó que se los comiera todos. Cuando la gallina terminó, la tomó y le ordenó algo en otro idioma. Fue entonces cuando la gallina salió corriendo hacia el monte, y mientras se perdía entre los árboles, se podían escuchar carcajadas malévolas. Dicen que algunas personas vieron cómo la gallina pasaba corriendo a su lado, y escucharon claramente que era la gallina la que se reía.

 

Mi bisabuela le pagó a doña Luz con unos aretes de oro que tenía puestos y regresó con mi abuelita, ya recuperada y sin fiebre a la casa.

 

Esa noche, cuando mi bisabuela dormía, mi abuelita aún no podía dormir. Aún sentía en la punta de su cabeza esa extraña sensación, y en ella se había quedado el olor de las manos de Doña Luz. Se quedó un rato más despierta, y fue cuando escuchó que, por fuera de la casa, se oían unas voces, como si alguien estuviera paseando por fuera de la casa. Por curiosidad, se asomó por el mismo orificio de la puerta donde había visto a la mujer indígena y vio que eran tres personas, quienes se dirigían a la casa de Doña Luz. Mi abuelita, que aún no podía dormir, se quedó esperando un poco más, pues quería comprobar lo que la gente tanto decía de las personas que acudían con esa mujer. Se decía que llegaban con Doña Luz para ser convertidos en animales. Después de lo que había vivido ese día, ya podía esperar de todo de Doña Luz.

 

Así que, al cabo de una hora, mi abuelita atestiguó algo que jamás olvidaría y que en vida nos contaba siempre por las noches. La casa comenzó a sentirse más helada; a tal grado que ella podía ver el vapor salir de su boca. Fue entonces cuando escuchó los sonidos de unos animales por fuera de la casa. Su corazón palpitaba muy rápido de miedo. Se asomó nuevamente por el orificio de la puerta y vio cómo tres cochinos de gran tamaño regresaban por el camino donde anteriormente, aquellas tres personas habían pasado hace rato. Los cochinos eran de tamaño descomunal, y sus ojos brillaban como candelas a la luz de la luna. De inmediato, mi abuelita entendió que esos no eran animales comunes. Con mucho miedo y procurando no hacer ruido, regresó a su hamaca. Sin embargo, comenzó a escuchar ruidos fuera de la casa, como si esos animales se estuvieran acercando, y a los pocos segundos, comenzaron a rascar con sus pezuñas la puerta, además de golpearla con sus hocicos. Se tapó completamente con la cobija e intentó orar como pudo; ella no sabía rezar, solo repetía las palabras "Padre Nuestro varias veces mientras se aferraba a la cobija. Finalmente, después de un rato, esos animales, al parecer, ya se habían fastidiado y se retiraron.

 

 

Mi abuelita pudo conciliar el sueño varios minutos después, y al despertar a la luz del día, se levantó rápidamente para ver por fuera. Fue cuando se encontró con que la puerta estaba toda astillada por los golpes que había recibido; había huellas de cerdos por todos lados. La puerta ya era vieja; si alguien hubiera querido derribarla a golpes, fácilmente se habría caído. Quizás esto había sido una intimidación por parte de Doña Luz por haber estado mi abuelita de fisgona.

 

Ya un poco más tarde, la vecina visitó la casa para saber cómo se encontraba mi abuelita. Además, le comentó que en la noche se habían percatado de que unos cochinos enormes se habían metido a hacer destrozos en el patio de su casa: golpeaban las puertas, las arañaban como si quisieran meterse y chillaban entre sí como si se comunicaran de ese modo. La queja no solo se escuchó por parte de la vecina, sino también de otros vecinos, alegando lo mismo. Lo que más llamó la atención fue que la única que no se quejó fue Doña Luz.

 

Así, los días pasaron, y se empezó a oír de casos como los de mi abuelita, donde se embrujaba a la gente y estos últimos tenían que acudir a la ayuda de Doña Luz. Comenzó a correr un rumor en el pueblo que recobraba más fuerza conforme pasaba el tiempo. Se hablaba sobre las transformaciones de Doña Luz y la aparición de otros "Huay" (que es el término que se le da en maya a las personas que se convierten en animales). Las personas tenían cada vez más miedo y hacían todo lo posible para no tener encuentros con alguno de estos seres. Aparte de los cochinos que se veían por las noches y en el monte, se decía que se llegaron a ver por las noches un grupo de lechuzas que volaban de casa en casa. También se hablaba de un gallo negro, que era extrañamente más grande de lo normal y que por las tardes, en lo más alto de los árboles, observaba a la gente pasar y nunca lo oían cantar. Y, por si fuera poco, las apariciones de un mono negro, que se metía en las casas por las noches para robar comida; incluso una vecina logró verlo en la cabecera de la cama de su hijo, el mono estaba acariciando la cabeza del niño mientras dormía.

 

La gente del pueblo ya estaba cansada, por lo que decidieron actuar en contra de aquello a lo que tanto temían. Así, una noche se preparó una trampa para atraparla. Se logró ver cómo el mono negro entraba al patio de una casa, y justo al querer tomar la comida, se fueron contra ella con carabinas y perros. Ella rápidamente trepó entre los árboles, queriendo perderse entre la oscuridad, pero la continuaron persiguiendo. En un momento, al querer ella colgarse de una rama, un señor disparó contra ella. Sin embargo, al fallar, le dio a la rama, quebrándola, y eso ocasionó que Doña Luz cayera desde lo alto. Los perros se fueron contra ella, arrancándole trozos de piel con cada mordida. La caída desde esa altura y las heridas causadas por los perros provocaron que muriera, y justo al amanecer se corrió rápidamente la noticia:

“¡Mataron a Doña Luz! ¡Mataron a la bruja! ¡Mataron a la Huay de Doña Luz!”, todo eso se gritaba por las calles. Vecinos, gente de otro lado del pueblo y hasta de pueblos lejanos fueron a verla, y entre ellos, mi bisabuela Rosa quiso comprobarlo. Allí, en el suelo, se encontraba una anciana con la mitad del rostro cubierto de pelo negro; sus brazos, piernas y muslos presentaban mordidas que aún supuraban sangre. Mi bisabuela Rosa lo comprobó: se trataba de ella.

No pasó mucho tiempo para que a uno de los pobladores se le ocurriera allanar la casa de Doña Luz. Gracias a ese acto se supo que ella era quien hechizaba a las personas por medio de aquella mestiza, para que luego ellos recurrieran en busca de sanaciones, y así obtener dinero o alhajas. Esa noche, después de mucho tiempo, las apariciones de aquellos animales extraños cesaron. Sin embargo, hoy en día se dice que aún se ve un mono columpiándose entre las ramas, y se cree que es Doña Luz, quien hizo un pacto con el diablo para seguir atormentando a la gente aun muerta.

 

El cuerpo de la bruja ya había sido sepultado a las orillas de un río, mientras que la que fue su casa fue quemada. Pero aún se desconoce quién tomó el libro negro, pues cuando comenzaron a quemarla, el libro ya no se encontraba allí.

 

Así pasó el tiempo. A mi bisabuelo le salió una oportunidad muy buena de trabajo, por lo que la familia entera se tuvo que mudar a otra parte.

 

Por alguna razón, mi abuelita, al vivir cerca de una bruja, pudo quizá aprender un poco de lo que ella hacía, pues conocía cómo contrarrestar algunos males. Quizá se encargó de aprender sobre ello para saber qué hacer si algún día algún miembro de la familia llegaba a pasar por algo similar. Esto siempre se lo preguntó mi madre a ella, pues nunca supimos si todo lo había aprendido por vivir cerca o de algún otro lugar.

 

Hoy en día, mi abuelita ya falleció, y sus pertenencias se quedaron en cajas guardadas en el sótano de mis padres. Pero lo que sí recuerdo haber visto allí, justo cuando estábamos guardando todas sus pertenencias, fue un libro de color negro, el cual ya parecía estar muy viejo y con mucho uso.

 


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