Renacer entre las sombras

Desde muy joven, la vida me enseñó lecciones difíciles. Crecí en un hogar marcado por la violencia y el desamor. Mi padre, atrapado en el alcoholismo, y mi madre, sumida en su propia indiferencia, y el resto de mi familia crearon un ambiente donde la crítica y la humillación eran el pan de cada día. En la escuela, el bullying se convirtió en una extensión de esa crueldad familiar; me decían que nunca llegaría a ser nadie.

A los siete años, encontré refugio en una iglesia. Allí descubrí un propósito hermoso en Dios, aunque eso también me valió críticas. Sin embargo, mi fe se puso a prueba cuando a los nueve años sufrí un trauma inimaginable: una persona cercana a mi familia abusó de mí. Cuando conté lo sucedido a mi padre, su reacción fue desalentadora; no entendió mi dolor. Pues esa persona era uno de sus mejores amigos y como creerle a un niño.

La vida continuó golpeándome. A los trece años perdí a mi mejor amigo por una mordedura de serpiente; él era la única persona con quien podía compartir mis pensamientos más profundos. Buscando disciplina y un sentido de pertenencia, ingresé a una academia militar, pero allí experimenté torturas física y psicológicas que casi me rompen. A pesar del miedo que sentían mis padres por lo que podría sucederme allí, luché para seguir en la academia pero ellos decidieron que no continuaría para que no me pasará nada en un futuro.

Al salir de la academia logré ingresar a la universidad. Fue un nuevo comienzo lleno de desafíos. Me enamoré y busqué formas de escapar del dolor acumulado; caí en el mundo de las drogas tratando de recuperar algo que había perdido: la felicidad. A pesar de todo esto, me gradué a los dieciocho años.

La pandemia trajo consigo nuevos retos. Intenté quitarme la vida porque sentía que mis esfuerzos no eran suficientes para mantener a cuatro familias que dependían de mí en medio de esta dura realidad. Sin embargo, tras esa lucha oscura, experimenté un milagro inesperado: volví a encontrar mi felicidad.

Cuando cumplí veintitrés años logre convertirme en gerente en mi área laboral; soy uno de los mejores en lo que hago. A los veinticuatro volví a la iglesia que había dejado atrás durante mis años de confusión. Un retiro espiritual me ayudó a reconectar con esa fe perdida por el miedo al juicio ajeno.

A los veintiséis años tomé una decisión crucial: renuncié al trabajo de mis sueños porque sentí que querían alejarme de mis principios y llevarme hacia la corrupción. Preferí alejarme antes que comprometer mis valores.

Ahora estoy esperando una entrevista para un nuevo trabajo y quiero compartir mi historia como testimonio de resiliencia y esperanza. Cada desafío ha sido una oportunidad para crecer y aprender. Mi propósito es inspirar a otros a encontrar su luz incluso en las noches más oscuras.

Este es solo el comienzo; estoy listo para seguir adelante con fe renovada y determinación inquebrantable.