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La Kantina 127 – Apología de Sócrates

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1. Introducción

Son muy pocos los hombres a los que se les presenta ocasión de ser absueltos de una acusación de muerte por admitir, durante el escaso tiempo de un juicio, ciertas contradicciones en su actitud ante la vida. Son menos aún, lógicamente, los que en la elección prefirieren la muerte. Sócrates fue uno de ellos. No es éste el lugar para destacar las consecuencias que su actitud ha tenido en la creación del concepto de hombre en el mundo occidental. (Emilio Lledó Iñigo, 1985, p. 143)

INTRODUCCIÓN

Este diálogo (más que un diálogo es una “acta judicial”), como su propio nombre indica, es la defensa de Sócrates, acusado de menospreciar a los dioses de su patria y de corromper a la juventud. Dicha acusación tuvo dos causas esenciales: la de considerar a Sócrates un sofista, con todo lo que esto llevó consigo; y la de, en cierto modo, considerarlo asimismo cómplice de la derrota de Atenas y de la tiranía de los Treinta, ya que Alcibíades y Critias, personajes destacados de las mismas, habían sido discípulos del filósofo en su juventud. (María Luz Prieto, 2005, p. 36)

Descripción de la escena dramática:

En el 399 a. C., en el marco de la democracia ateniense restaurada, Sócrates fue acusado de asebeia (impiedad) y de corromper a los jóvenes. Tras el juicio realizado por el Tribunal de los Heliastas, Sócrates es condenado a muerte.

Personajes en escena:

Sócrates: Hijo de un modesto escultor y de una partera, pertenecía a aquel estamento artesanal que constituía la base social de la democracia ateniense. Maestro del joven filósofo. Enigmático para nosotros ciertamente lo es Sócrates, pero probablemente también lo fue para sus contemporáneos, y aun para sus propios discípulos. (Vegetti, Mario, 2012, p. 33)

Meleto: Era joven y poco conocido, según se indica al comienzo del Eutifrón. Se prestó a presentar la acusación por afán de notoriedad o por presión del influyente Anito. También habría podido Anito comprar su intervención, según un escolio de la Apología. (Emilio Lledó Iñigo, 1985, p. 141, nota 3)

Anito: Era un ciudadano bien acomodado. En 409 a. C. había sido acusado por el fracaso de una expedición a Pilos de la que había sido encargado, aunque no como estratego, pero fue absuelto. Participó en la caída de los Treinta, tras la cual fue estratego durante varios años. Aún, quince años después de la muerte de Sócrates, fue arconte. (Emilio Lledó Iñigo, 1985, p. 141, nota 3)

Licón: Era un orador de no mucho prestigio. Los poetas cómicos lo ridiculizaban con frecuencia, tomando como pretexto su pobreza y el origen extranjero de su esposa. (Emilio Lledó Iñigo, 1985, p. 141, nota 3)

ESTRUCTURA Y CONTENIDO GENERAL DEL DIÁLOGO

El diálogo se puede dividir de la siguiente forma siguiendo el desarrollo y formación de argumentos dentro de la defensa de Sócrates

a) Proemio: 17 a – 18 a

b) Presentación defensa de los primeros acusadores y defensa: 18 a – 24 b

c) Presentación de los segundos acusadores e interrogatorio a Meleto: 24 b – 28 a

d) Discurso sobre las obligaciones morales y la virtud: 28 b – 31 c

e) Discurso que justifica la no participación de Sócrates en la vida pública: 31 c – 33 b

f) Discurso de descargo sobre la supuesta corrupción a los jóvenes: 33 c – 34 b

g) Exhortación antes de la primera votación: 34 b – 35 d

h) Contrapropuesta a la pena exigida por los acusadores: 35 e – 38 b

i) Discursos finales después de la segunda votación que lo condena a muerte: 38 c – 42 a

a) Proemio: 17 a – 18 a

Sócrates comienza su defensa refiriéndose de manera irónica a sus acusadores, mencionando que «bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme» (17 a). Luego señala que, de todo lo dicho por sus acusadores, nada es verdad, especialmente cuando afirman que es hábil para hablar, aclarando que todo lo que va a decir son «frases dichas al azar con las palabras que me vengan a la boca» (17 c). Pide a los jueces atenienses que le disculpen por utilizar el mismo estilo de expresión que emplea en el «ágora, encima de las mesas de los cambistas» (17 d), de la misma manera que se permitiría a un extranjero defenderse «con el acento y manera en los que me hubiera educado» (18 a). Además, señala que el papel de los jueces es prestar atención únicamente a si dice cosas justas o no, así como el papel del orador es decir la verdad.

b) Presentación defensa de los primeros acusadores y defensa: 18 a – 24 b

Se hace una distinción entre las dos clases de acusadores de Sócrates: «unos, los que me han acusado recientemente, otros, […], que me han acusado desde hace mucho» (18 e). Una de estas clases de acusadores no existe legalmente, pero han creado una imagen de Sócrates diciendo «que hay un cierto Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y hace más fuerte el argumento más débil» (18 c) en la que se apoyan sus acusadores reales.

Sócrates reformula de manera legal las primeras acusaciones como sigue: «Sócrates comete delito y se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros» (19 b). Además, menciona que en la comedia de Aristófanes se presenta a un cierto Sócrates que es «llevado de un lado a otro afirmando que volaba y diciendo otras muchas necedades» (19 c), Sin embargo, Sócrates afirma que él no tiene nada que ver con ese tipo de conocimiento y niega que trate de lucrar al educar a la gente en estas cuestiones, a diferencia de los sofistas de la época, como Gorgias de Leontinos, Pródico de Ceos e Hipias de Élide.

Sócrates da voz a la objeción que se le podría presentar: «¿Cuál es tu situación, de dónde han nacido esas tergiversaciones? Pues, sin duda, no ocupándote tú en cosa más notable que los demás, no hubiera surgido seguidamente tal fama y renombre, a no ser que hicieras algo distinto de lo que hace la mayoría» (20 c). Luego, responde a esta objeción mencionando que ha ganado ese renombre por una cierta sabiduría. Esta sabiduría puede ser atestiguada por el oráculo de Delfos cuando Querofonte, amigode Sócrates desde la juventud y adepto al partido democrático, lo consultó preguntando si había alguien más sabio que Sócrates, a lo que «la Pitia le respondió que nadie era más sabio» (21 a).

Luego, Sócrates relata que se dirigió a uno de los individuos que parecían ser sabios dentro de la ciudad con el propósito de refutar la sentencia del oráculo de Delfos al encontrar a alguien más sabio que él. Al hablar con un político, Sócrates percibió que «muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era» (21 c). Sócrates intentó demostrarle al hombre que «él creía ser sabio, pero que no lo era» (21 c), lo que resultó en la enemistad del político y de los presentes. Sócrates concluyó de su diálogo con los políticos que «los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más importante para el que investiga según el dios; en cambio, otros que parecían inferiores estaban mejor dotados para el buen juicio» (22 a.)

Después de eso, Sócrates continuó con su investigación como si fuera una tarea divina encomendada por el dios, comparando su esfuerzo con los “Doce trabajos de Heracles”. ras hablar con los políticos, se encaminó a los poetas con la esperanza de que allí se encontraría más ignorantes que ellos. Sócrates les preguntaba el significado de sus obras con el propósito de aprender, pero se encontró con la desilusión de que los poetas «no hacían por sabiduría lo que hacían, sino por ciertas dotes naturales y en estado de inspiración como los adivinos y los que recitan los oráculos» (22 c), y que «casi todos los presentes podían hablar mejor de que ellos sobre los poemas que ellos habían compuesto» (22 b).

El último lugar que Sócrates visitó fue el de los artesanos, con la seguridad de que allí encontraría a muchos con conocimientos muy bellos, y así fue, pues ellos sabían cosas que Sócrates no conocí. Sin embargo, le pareció que incurrieron en el mismo error que los poetas «por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error velaba su sabiduría» (22 d). Sócrates reconoce que, debido a su investigación, ha ganado muchas enemistades, de las cuales han surgido muchas tergiversaciones y su reputación de ser sabio.

Sócrates cree que es probable que lo que el oráculo quiere decir es que «la sabiduría humana es digna de poco o de nada» (23 a). Por esta razón, continúan investigando y buscando el sentido de la divinidad. Esto ha impedido que Sócrates se dedique a ningún asunto digno de mencionar para la ciudad o para sí mismo.

Además, señala que los jóvenes, hijos de los más ricos, los que tienen más tiempo, lo acompañan espontáneamente, imitando y examinando a otros. Como resultado, algunos hombres se irritan y afirman que «Sócrates es malvado y corrompe a los jóvenes» (23 d). Sin embargo, cuando se les pregunta qué hace y qué enseña, no saben qué responder y recurren a las acusaciones habituales contra los filósofos: «las cosas del cielo y lo que está bajo la tierra, no creer en los dioses y hacer más fuerte el argumento más débil» (23 d). Como consecuencia de esto, Sócrates ha sido acusado por Meleto, irritado en nombre de los poetas; Ánito, en el de los demiurgos (artesanos) y de los políticos; y Licón, en el de los oradores.

c) Presentación de los segundos acusadores e interrogatorio a Meleto: 24 b – 28 a

Sócrates expone la acusación jurada de Meleto: «Sócrates delinque corrompiendo a los jóvenes y no creyendo en los dioses en los que la ciudad cree, sino en otras divinidades nuevas» (24 b). A continuación, Sócrates procederá a examinar la acusación punto por punto, comenzando por la corrupción de los jóvenes y concluyendo con la acusación de impiedad.

Interroga a Meleto preguntando: «¿quién los hace mejores?» (25 d), a lo que Meleto responde que las leyes. Sócrates replica que esa no era su pregunta; él quería saber qué hombre específicamente hace a los jóvenes mejores. Entonces Meleto responde que son los jueces. Sócrates continúa con las preguntas hasta llegar a la conclusión de que «todos los atenienses los hacen buenos y honrados excepto yo, y sólo yo los corrompo» (25 a). Sócrates enfatiza el sinsentido de esta afirmación, ya que es muy difícil de creer que un solo hombre corrompa a los jóvenes mientras la mayoría los hace mejores.

Luego, Sócrates presenta una segunda defensa contra la acusación de corrupción de los jóvenes, preguntando si él corrompe a los jóvenes y los hace peores de manera voluntaria o involuntariamente, a lo que Meleto responde que lo hace de manera voluntaria. Sócrates argumenta que nadie haría voluntariamente mal a las personas que lo rodean, arriesgándose a recibir daño de ellos. Por lo tanto, concluye que o bien no corrompe a los jóvenes, o si lo hace, lo hace involuntariamente. Además, señala que para este tipo de falta, «la ley no ordena hacer comparecer a uno aquí, sino tomarle privadamente y enseñarle y reprenderle» (26 a).

Por último, Sócrates se defiende de la acusación de no creer en los dioses de la ciudad e introducir divinidades nuevas. Sócrates le pregunta a Meleto si él afirma que Sócrates no cree en absoluto en los dioses. Meleto responde que «[Sócrates] no cree en los dioses en absoluto» (26 c). Además, dice que Sócrates afirma que «el sol es una piedra y la luna, tierra» (26 d). A lo que Sócrates responde que esas son doctrinas de Anaxágoras y no suyas, acusando a Meleto de mentir a los atenienses. Finalmente, Sócrates reduce al absurdo la acusación al señalar que no hay manera «de que una misma persona crea que hay cosas relativas a las divinidades y a los dioses y, por otra parte, que esa persona no crea en divinidades, dioses ni héroes» (28 a).

d) Discurso sobre las obligaciones morales y la virtud: 28 b – 31 c

Sócrates responde a la posible objeción con una reflexión sobre el valor de su vida en relación con su actividad filosófica. Les dice que no se preocupa por el peligro de morir debido a su dedicación filosófica, sino que se enfoca en la justicia de sus acciones. Les recuerda el ejemplo de Aquiles, quien despreció el peligro de la muerte para vengar a su amigo Patroclo, prefiriendo la muerte a la deshonra (28 d). Destaca que uno debe permanecer en el puesto que considera mejor, sin importar el riesgo de morir, y que él ha seguido este principio tanto en el campo de batalla como en su labor filosófica.

Sócrates también critica la idea de temer a la muerte, argumentando que es una manifestación de ignorancia pensar que se sabe lo que sucede después de la muerte, la mayor ignorancia es «la de creer saber lo que no se sabe» (29 e). Afirma que su dedicación a la filosofía, a pesar del peligro de muerte, es un servicio al dios, y que su objetivo principal es persuadir a los atenienses, tanto jóvenes como viejos, de la importancia de la virtud sobre la riqueza y el poder, reprochándoles que «tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale poco» (30 a).

Además, Sócrates rechaza las acusaciones en su contra, argumentando que su único objetivo es el bienestar de la ciudad y que no busca beneficios personales. Les pide que no protesten, sino que escuchen sus palabras, ya que cree que pueden beneficiarse de ellas. Advierte que, si lo condenan a muerte injustamente, no solo le causarán daño a él, sino también a la ciudad, al privarla de un filósofo que la despierte de su letargo moral, realiza una analogía al mencionar que la ciudad es como «un caballo grande y noble pero un poco lento por su tamaño, y que necesita ser aguijoneado por una especie de tábano» (30 e).

e) Discurso que justifica la no participación de Sócrates en la vida pública: 31 c – 33 b

Sócrates explica por qué no se dedica a la política pública, a pesar de su capacidad para aconsejar en privado. Afirma que una voz divina que lo acompaña desde la infancia lo disuade de participar en la política de manera activa, ya que lo opone a realizar acciones que podrían ser injustas. Argumenta que si hubiera intentado la política abiertamente, habría muerto hace mucho tiempo, ya que aquellos que luchan por la justicia en la esfera política enfrentan el riesgo de ser perseguidos y condenados por aquellos que buscan el poder o actúan de manera injusta.

Para respaldar sus afirmaciones, Sócrates presenta ejemplos concretos de su comportamiento durante momentos críticos en la historia de Atenas. Recuerda su tiempo como miembro del Consejo, donde se opuso a decisiones injustas, incluso cuando estaba en minoría. También relata cómo se negó a cumplir órdenes injustas durante el gobierno de los Treinta Tiranos, prefiriendo enfrentar el riesgo de la muerte antes que participar en actos inmorales.

Sócrates enfatiza que su vida ha estado marcada por una firme adhesión a la justicia, tanto en lo público como en lo privado. Rechaza las acusaciones de ser un maestro que corrompe a la juventud, afirmando que nunca ha cobrado por sus enseñanzas y que ha compartido sus ideas con todos aquellos que han mostrado interés, independientemente de su posición social o económica. Además, niega haber tenido discípulos, argumentando que su objetivo siempre ha sido la búsqueda de la verdad, no la enseñanza de una doctrina específica.

f) Discurso de descargo sobre la supuesta corrupción a los jóvenes: 33 c – 34 b

Sócrates explica por qué algunas personas disfrutan pasar tiempo con él, señalando que les agrada escucharlo cuestionar a aquellos que creen ser sabios, pero no lo son. Afirma que este trabajo le ha sido encomendado por el dios a través de oráculos, sueños y otros medios divinos. Destaca que, si realmente estuviera corrompiendo a los jóvenes, estos, al hacerse mayores, se darían cuenta y buscarían vengarse. Sócrates desafía a cualquiera que afirme haber sido corrompido por él, así como a sus familiares, a presentar sus acusaciones.

Para respaldar su argumento, menciona a varios individuos presentes en la audiencia, como Critón, Lisanias de Esfeto, Antifón de Cefisia, Adimanto hermano de Platón, entre otros (34 a), cuyos hermanos han estado en contacto con él. Sócrates invita a cualquiera de estos individuos, así como a otros muchos que podría nombrar, a testificar en su contra si realmente creyeran que él los ha corrompido. Sin embargo, resalta que todos están dispuestos a apoyarlo, lo cual contradice las acusaciones de Meleto y Ánito. Sócrates concluye que aquellos que lo conocen personalmente saben que las acusaciones en su contra son falsas y que él está diciendo la verdad.

g) Exhortación antes de la primera votación: 34 b – 35 d

Sócrates anticipa que algunos podrían irritarse al comparar su actitud con la de otros acusados que, en juicios de menor importancia, rogaron y suplicaron a los jueces con lágrimas, trayendo a sus hijos y familiares para generar compasión. Sin embargo, Sócrates explica que él no recurrirá a tales acciones, no por arrogancia o desprecio hacia los demás, sino por consideraciones de reputación, tanto personal como para la ciudad en su conjunto.

Aunque tiene tres hijos, Sócrates no los hará comparecer ni les pedirá que intercedan por él. Argumenta que, dada su edad y su reputación, sería inapropiado recurrir a tales tácticas. Además, señala que aquellos que verdaderamente se destacan por su sabiduría o virtud no deberían comportarse de esa manera ante un juicio, ya que ello avergonzaría a la ciudad. Sócrates critica la actitud de quienes, al enfrentar la muerte, actúan de manera desesperada «como si esperaran un castigo inmortal si son condenados» (35 a). Considera que este comportamiento avergüenza a la ciudad y sugiere que aquellos que tienen mérito no deberían permitirlo, sino demostrar serenidad y compostura en todo momento.

Sócrates argumenta en contra de la idea de suplicar a los jueces para obtener absolución, ya que «lo justo es informarlos y persuadirlos» (35 c), considera que esto no sería justo ni piadoso. Explica que los jueces no están para otorgar favores, sino para juzgar según las leyes, y han jurado hacerlo imparcialmente. Por lo tanto, sugiere que tanto él como los jueces deben adherirse a este principio para actuar de manera piadosa. Él afirma que no desea enseñar a los jueces a no creer en los dioses ni ser acusado de impiedad. Por el contrario, declara que confía tanto en los dioses como en la justicia de la audiencia para decidir su destino de la manera que consideren mejor para todos.

h) Contrapropuesta a la pena exigida por los acusadores: 35 e – 38 b

Sócrates, al encontrarse ante su condena, demuestra serenidad, reconociendo que el resultado no era inesperado por su parte. Se muestra perplejo por la estrecha diferencia de votos que lo llevó a la condena y señala que «si sólo treinta votos hubieran caído de la otra parte, habría sido absuelto» (36 a). Sugiere que incluso con respecto a Meleto, debería ser considerado absuelto, y destaca la ironía de que su absolución hubiera sido inevitable si no hubieran comparecido Ánito y Licón para acusarlo y sería Meleto condenado a pagar «por no haber alcanzado la quinta parte de los votos» (36 b).

En respuesta a la propuesta de pena de muerte, Sócrates plantea su propia sugerencia: «la manutención en el Pritaneo» (36 e). Explica que su vida ha estado dedicada a buscar la verdad y a guiar a los demás hacia la sabiduría, sacrificando las preocupaciones mundanas y materiales. Propone que su merecimiento debiese ser recompensado con algo que le permita continuar esta búsqueda, sugiriendo que ser alimentado en el Pritaneo sería una justa compensación por su labor.

Sócrates, en un último intento por defenderse, expresa su convicción de que no ha causado daño voluntariamente a nadie y lamenta la falta de tiempo para convencer a sus jueces de su inocencia. Señala que, si hubiera una ley, como las tienen otras ciudades, de no decidir sobre la pena de muerte en solo día, muchos jueces serían convencidos, porque «en poco tiempo bno es fácil liberarse de grandes calumnias» (37 b). Resignado propone las opciones de prisión, multa o destierro. Rechaza la idea de la prisión, destacando la indignidad de vivir como esclavo de los magistrados y la falta de recursos para pagar una multa. Ante la posibilidad del destierro, muestra incredulidad ante la idea de salir de la ciudad «vivir yendo expulsado de una ciudad a otra» (37 d), porque reconoce que donde vaya, los jóvenes continuarán escuchando sus palabras, lo que inevitablemente le llevaría a ser expulsado nuevamente por aquellos que no toleran sus enseñanzas.

Sócrates anticipa una posible objeción: «¿no serás capaz de vivir alejado de nosotros en silencio y llevando una vida tranquila?» (37 e). Reconoce que persuadir a algunos de que esta sería la mejor opción es difícil. Si afirma que tal vida sería una desobediencia a los dioses y, por lo tanto, imposible de vivir en paz, sabe que no será creído, pensando que habla irónicamente. Por otro lado, si expresa que el «mayor bien para un hombre radica en tener conversaciones diarias sobre la virtud» (38 a) y que «una vida sin examen no tiene objeto vivirla» (38 a), algo que ha defendido anteriormente, es consciente de que tampoco será fácilmente aceptado. Reconoce que el pago de una multa no serían ningún daño para su persona, pero no tiene mucho dinero, por lo que propone una «mina de plata» (38 b). Platón, Critón, Critobulo y Apolodoro le piden que proponga treinta minas de plata y que ellos salen fiadores.

i) Discursos finales después de la segunda votación que lo condena a muerte: 38 c – 42 a

Sócrates, dirigiéndose a los atenienses tras su condena a muerte, advierte sobre las repercusiones de su ejecución en la reputación de la ciudad. Afirma que aquellos que buscan difamar a Atenas utilizarán su ejecución como un argumento en su contra. Reconoce irónicamente que algunos afirmarán que él era sabio, aunque él mismo no lo considera así, lo que refleja su modestia. Expone su resignación ante la muerte, señalando su avanzada edad y su aceptación de su destino.

Luego, Sócrates aborda la naturaleza de su condena, argumentando que no fue por falta de habilidad persuasiva, sino por su rechazo a comprometer su integridad al usar tácticas indignas de él, como llorar o lamentarse. Declara que prefiere morir defendiendo sus principios a vivir traicionándolos. Afirma que no es difícil «evitar la muerte, es mucho más difícil evitar la maldad» (39 a), señalando que la maldad puede alcanzarnos más rápido que la muerte misma. Sócrates por ser viejo y lento ha sido alcanzado por la lenta de las dos y sus acusadores que son temibles y ágiles «han sido alcanzados por la más rápida, la maldad» (39 b).

Después, Sócrates profetiza un castigo futuro para aquellos que lo han condenado, asegurando que si piensan que «matando a la gente vais a impedir que se os reproche que no vivís rectamente, no pensáis bien» (39 d). Les insta a reflexionar sobre un método más eficaz, sencillo y honrado, que consiste en «no reprimir a los demás, sino prepararse para ser lo mejor posible» (39 e). Sócrates expresa que la señal del dios (su daimon) no se le ha opuesto «ni al salir de casa por la mañana, ni cuando subí aquí al tribunal, ni en ningún momento durante la defensa cuando iba a decir algo» (40 b), lo que le lleva a pensar que lo que le ha sucedido ha sido un bien.

Reflexiona sobre la naturaleza: «o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar de aquí a otro lugar» (40 c) donde se unirá con figuras heroicas del pasado. Les pide a los jueces que eduquen a sus hijos en la virtud y la autenticidad. Concluye aceptando su destino y dejando el destino en manos de los dioses, despidiéndose de la siguiente forma: «es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios» (42 a).

NOTAS

Todos los fragmentos o pasajes puesto en el texto fueron sacados de Platón. Diálogos I. Biblioteca Clásica Gredos. Los números y letras (Ej. 9 c) al lado de cada cita textual de los diálogos de Platón hacen referencia a la paginación de Stephanus, que es el sistema de referencia y organización que se emplea en las ediciones y traducciones modernas de las obras de Platón.

RECOMENDACIONES

La lectura de este documento no reemplaza en ningún sentido la lectura de la Apología de Sócrates. Por ello, recomiendo que se lea el diálogo completo.

“Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo.”

-Sócrates, Apología de Sócrates, 21d.

2. Preguntas sugeridas

  1. ¿Consideras que las personas nunca actúan mal de manera consciente y voluntaria?
  2. ¿Cuál crees que fue el impacto de la filosofía de Sócrates en la sociedad ateniense de su tiempo?
  3. ¿Cuál es la relevancia de la figura de Sócrates y su defensa en la Apología en la historia de la filosofía occidental?
  4. ¿Qué opinas sobre el papel de la filosofía y la reflexión personal en la toma de decisiones éticas y morales en la sociedad moderna?
  5. ¿Cómo crees que influyen las creencias religiosas y espirituales en la forma en que percibimos la muerte y la justicia, tal como se discute en la Apología de Sócrates?


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