Tecnologia

El día en que los camareros de McDonald’s vencieron por goleada a la IA y otras cinco claves de la economía mundial


Con toda la emoción que hay con la Inteligencia Artificial (IA), casi produce un placer morboso relatar un caso en el que esa tecnología se ha estrellado contra la realidad (o contra las personas). La revista estadounidense Restaurant Business, especializada en restauración, ha descubierto que el gigante de la comida rápida McDonald’s ha cancelado, tras dos años de pruebas, el uso de IA en sus restaurantes. La tecnología, desarrollada por IBM, estaba instalada en los drive-thru, esos sitios tan inequívocamente americanos en los que la gente pide la comida a un micrófono sin salir del coche y la recoge en una ventanilla. Al parecer, el sistema de reconocimiento del lenguaje de IBM no daba una al acertar lo que había pedido el cliente, y los 100 locales que lo usaban volverán a poner a un paciente empleado a tomar nota. McDonald’s no ha perdido la fe y ha declarado que no descarta usar en el futuro IA.

Peter Thiel.

Llegan los primeros fraudes mediante Inteligencia Artificial

Se habla mucho de lo que Sam Altman -el máximo responsable de la empresa líder en IA, OpenAI- llama “alucinaciones” de la IA y que solo es un eufemismo para las imbecilidades que a veces sugiere esa tecnología (como cuando aconseja usar pegamento para que el queso fundido no se despegue de la pizza). De lo que no se habla tanto es de los fraudes en la IA como los chatbots de pago que prometen hacer tareas de las que no son técnicamente capaces. Más graves es lo de Outlier AI, acusada de no pagar a sus trabajadores, a los que busca en LinkedIn para que revisen los grandes modelos de lenguaje (LLM) de los chatbots. Según la revista Inc. detrás de Outlier AI podría estar Scale AI, un unicornio (o empresa valorada en más de 1.000 millones de dólares) financiado por, entre otros, el trumpista Peter Thiel (uno de los primeros inversores en Facebook y fundador de Palantir) y que tiene entre sus clientes a la propia OpenAI.

La alta responsabilidad de los países en desarrollo en el cambio climático

Una constante de la transición verde es que los países desarrollados deben dejar los combustibles fósiles más deprisa que aquellos en vías de desarrollo, ya que llevan utilizándolos desde hace mucho más tiempo – en el caso de Gran Bretaña, dos siglos y medio -, y han contaminado mucho más. Ese análisis ignora dos cosas. Una, la tremenda industrialización sin ningún cuidado medioambiental de países como China en el último medio siglo. Otra, las inmensas emisiones de CO2 por las quemas de bosques tropicales en Brasil e Indonesia, o de metano por las vacas sagradas de India (con un tercio del vacuno del mundo) y las explotaciones ganaderas de Brasil y China. Así es como el mundo en desarrollo ha emitido desde 1850 tantos o más gases de efecto invernadero que los países industrializados. A ver quién tiene valor para decirlo en la COP29, que se celebra dentro de cinco meses en Azerbaiyán…

Uranio barato, libre mercado y licencias pesqueras en la gran base índica de EEUU

Si a uno le hablan de Diego García, pensará en un señor de Sevilla… Pero Diego García es también un atolón en el Océano Índico en el archipiélago de Chagos, cuya soberanía es de Gran Bretaña pero reclama Mauricio (pese a estar a 2.000 kilómetros de distancia). En los sesenta, a cambio de un uranio más barato para sus bombas atómicas, Londres dejó a EEUU construir allí una base que ha sido usada para bombardear Oriente Medio y, también, para torturar a presos de Al Qaeda. Londres ha vetado la pesca en las Chagos, lo que ha irritado a Mauricio, que en 2019 se convirtió en el primer país africano en firmar un acuerdo de libre comercio con China. Desde entonces, Pekín ha invertido casi 2.000 millones en Mauricio, dejando a EEUU y Gran Bretaña con pocas palancas para frenar las reclamaciones territoriales de ese país en una disputa en la que se juega una de las bases más importantes (y secretas) de EEUU.

La flota africana de ‘chatarra flotante’ con la que Moscú evade el veto a su crudo

La conferencia de paz sobre Ucrania del fin de semana pasado ha subrayado las distancias sobre la invasión rusa existentes entre los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo. Muchos de los segundos se benefician indirectamente de la guerra, aunque a veces es de maneras tan surrealistas, como peligrosas. Es el caso de Gabón, cuya flota de petroleros se ha disparado en dos años hasta superar los 100 barcos. Otras naciones africanas que han multiplicado sus buques-tanque milagrosamente son Camerún e islas Comoras. La mayoría de esos barcos -hasta el 70%, según el Wall Street Journal– son chatarra flotante sin propietario conocido que a veces estalla o se incendia provocando catástrofes humanas y medioambientales, pero están jugando un papel clave en la exportación del petróleo ruso por los huecos que deja el régimen de sanciones. La solidaridad con Moscú pasa por la cartera.

Y el realismo mágico se hizo carne (de banano) y habitó entre nosotros

La matanza de los huelguistas de las plantaciones de banano en la estación del tren de Macondo es uno de los momentos extraordinarios de Cien años de soledad (que Netflix estrenará como serie de televisión este otoño). La historia tiene tal fuerza que en Colombia hay gente que sinceramente cree que a principios del siglo XX hubo una matanza de trabajadores en una estación de tren, algo que en realidad solo pasó en la novela. La semana pasada la Justicia de EEUU condenó a la multinacional suizo-estadounidense Chiquita Brands a indemnizar con 35,7 millones de euros a 17 familiares de personas asesinadas por paramilitares colombianos a los que la empresa había pagado. Chiquita es la antigua United Fruit Company, la compañía que inspiró a Gabriel García Márquez la matanza de la estación de tren y cuyo poder era tal que de ella viene la expresión “república bananera” para aludir a un país pobre y corrupto.



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