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Escarceos 34#



Nuevo invento Escarceos 34# es una innovadora creación que ha revolucionado el mundo de los juegos de mesa y entretenimiento en casa. Este juguetes interactivos ha sido diseñado para proporcionar horas de diversión y risas para toda la familia.

Con su diseño único y componentes de alta calidad, el Escarceos 34# se ha convertido en el juego de mesa más popular en los últimos tiempos. Este juego educativo y entretenido ayuda a desarrollar habilidades cognitivas, sociales y motoras en los niños, mientras que los adultos pueden disfrutar de un momento de relajación y diversión.

Algunas de las características destacadas del Escarceos 34# incluyen:

1. Fácil de aprender y jugar
2. Diseño colorido y atractivo
3. Material resistente y duradero
4. Adecuado para todas las edades
5. Fomenta la creatividad y el pensamiento crítico

Si estás buscando una forma divertida y entretenida de pasar el tiempo con tu familia y amigos, el nuevo invento Escarceos 34# es la opción perfecta. No te pierdas la oportunidad de ser parte de esta revolución en el mundo de los juegos de mesa. ¡Compra ya tu Escarceos 34# y prepárate para horas de diversión sin fin!

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En un país bordeado por ricos mares y atravesado por sederos repletos de buenos alimentos, se estaba celebrando un funeral. La mayor de siete hermanas había muerto de una enfermedad de la que nadie podía explicar nada. Las hermanas de la fallecida estaban preocupadas, pues conocían un secreto familiar que afectaba directamente a la muerte de su hermana mayor. Su familia le rendía ahora homenaje, pero, el marido de la joven difunta, el que la amaba más que a su propia vida, no apareció. Este último estaba en la casa que antes compartía con su esposa, recordaba los momentos de su vida con ella, y lloraba en silencio su perdida.

Se hizo de noche, comenzó a llover, y el hombre salió al patio trasero para observar las resplandecientes estrellas. A su difunta esposa le agradaba pasar tiempo con él en ese patio, sentados en un banco de piedra, con pequeños faroles a ambos lados para no quedarse a oscuras. Ella, reclinada sobre él, le relataba los sucesos ocurridos en su día. La contaba los problemas que había tenido en su trabajo, y cómo los había solucionado. Le decía que la vida de ayudante en la iglesia era dura, pero que cada día era bien pagada, pues siempre conseguía hacer sonreír a alguna pobre persona. El marido no era de aquellos que comprendían fácilmente la piedad y la compasión, constantemente se asombraba de todos los actos gratuitos de bondad que su joven mujer realizaba. Y en su interior esto le molestaba. Ya no sabía si ella se casó con él porque era una buena persona y no quería hacerle sufrir, o si de verdad lo amaba y lo había escogido libremente como esposo.

Mientras esos pensamientos infectaban con violencia y descontrol su mente, una figura encapuchada pasó por delante del patio donde el hombre estaba sentado. Un camino se hallaba tras el muro que delimitaba la propiedad del viudo, era natural ver viajeros y caminantes; aun así, esa figura misteriosa le llamó la atención al hombre. Se levantó y dijo: "¿Quién eres? ¿Qué haces?", fingió algo de ira para justificar aquellas preguntas, pero, en realidad solo quería saber qué rostro había tras aquella capucha. La figura encapuchada se detuvo en seco, y contestó sin mostrar su rostro: "¿Qué pregunta es esa? Camino por un sendero público, no debo justificarme de ningún modo". El hombre viudo, que aún quería saber quién era la persona misteriosa, contestó una mentira: "Se han oído rumores de bandidos y delincuentes, no deseo que nadie a quien no conozca camine cerca de mi casa. Muéstrate y dime quién eres." La figura misteriosa se acercó al muro del patio trasero para mirar directamente al hombre, y después se levantó la capucha. El hombre no dio crédito a lo que vio a continuación.

Ante el viudo desprovisto de dicha, se hallaba ahora el rostro de su difunta mujer. Era hermoso, pero estaba desnutrido, muy pálido y estrecho, como si estuviera a un paso de convertirse en un títere de huesos y cartílagos. El hombre no supo qué decir, así que la mujer habló primero: "¿No has hablado con mis seis hermanas? ¿No te dijeron que esto me sucedería después de muerta?". El hombre no comprendía nada, era su mujer a la que estaba viendo y oyendo, ni el sonido de la lluvia ni la oscuridad de la noche podían ahora confundirle, pero, lo único que pudo concluir, era que se encontraba en una simple y cruel pesadilla. La mujer le habló de nuevo: "¿No hablarás? ¿No me dirás nada?". Entonces, el hombre dijo: "¿Qué sombras de misterio son estas? ¿Cómo puede Dios torturarme de este modo? Márchate antes de que esta molestia me enfurezca, si despierto iracundo haré daño a alguien que sin duda te importa", blasfemó el hombre, increpando a Dios por esta vil ilusión.

La mujer entendió que su marido no conocía la verdadera naturaleza de su muerte, y se marchó para no molestarlo más. Se fue llorando en silencio, esa era la naturaleza de aquellos entregados a los demás, el débil sollozo inmemorable.

Las hermanas de la difunta fueron, la mañana siguiente, a visitar al viudo. Le dieron el pésame, y le contaron, en un momento de calma, la verdadera esencia de su hermana. El marido quedó tan impactado por la verdad revelada, que, inmediatamente, fue corriendo hasta la iglesia donde su esposa trabajaba. Allí esperaba encontrarse de nuevo con su mujer. Pidió disculpas a Dios por sus malos pensamientos, y rezó por el camino para que aún no fuera tarde.

El hombre llegó hasta la iglesia, se acercó al altar principal, pero allí no encontró a su esposa. Sin embargo, vio la misma vestimenta que llevaba su mujer la noche pasada, sus ropajes estaban colgados en un viejo perchero cerca de la estancia que el cura usaba para cambiarse antes de una ceremonia. El hombre entró en esa misma sala, y allí contempló a su esposa de nuevo.

La esposa tenía un aspecto débil y cadavérico, estaba llena de vendajes, y sus cabellos se caían a cachos. Ella estaba sentada sobre una larga camilla de cuero marrón, y, tendiéndole la mano, estaba el cura de la iglesia. Ella parecía triste, pero el cura sonreía para intentar consolarla.

El viudo se acercó y dijo: "¿Eres tú la mujer a la que amo?". La mujer no contestó, y siguió llorando en silencio pesaroso. El cura se incorporó y se llevó al marido a otra estancia, entonces le dijo: "Ella ya no tiene más tiempo, se marchará dentro de poco. ¿Conoces su mal?". El marido le respondió: "Conozco cuál es su destino, he venido a despedirme". El cura llevó de nuevo al marido junto con su difunta esposa, y los dejó a solas.

"Lo siento", dijo la esposa difunta. "No lo lamentes, yo estoy orgulloso de ti". "¿Mis hermanas ya te lo han contado?", preguntó la mujer. "Sí", contestó el hombre.

Ambos se besaron por última vez, y se cumplió una parte más de lo que debía acontecer. El hombre de los ojos naranjas se aseguró de que se cumpliera la maldición de la esposa difunta, y la acompañó hasta su siguiente tarea en el mundo de los minores.

"Esta es mi maldición, mi petición de la ajena redención", dijo la mujer difunta tras dejar atrás este mundo:

La niña blanca, mayor de siete.

Reina santa, de mala suerte.

El mundo consolarás en vida,

pobres guiarás de muerte herida.

Halla el amor en tu tierra,

calla el ardor de tu promesa.

El mundo salvarás con tu partida.

Pobres criaturas, serás su acogida.

Para despedirte alzarás de la tierra.

Cara estirpe, testigos de la promesa.

La niña blanca, muerte joven se te promete.

Reina santa, ojos naranjas vendrán a verte.


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