La primera se registró el 2 de julio y la segunda el pasado día 5, si bien su poder se ha dejado sentir esta semana, con algunos cortes en las comunicaciones

Tormentas solares: la amenaza invisible

Intensas llamaradas y un ‘cañón de fuego’: crece la actividad solar

El Observatorio de Dinámica Solar de la NASA capturó esta imagen de una llamarada solar, como se ve en el destello brillante de la derecha, el 5 de agosto de 2023 NASA/SDO | vídeo: patricia biosca y david conde

El Sol lleva registrando un ritmo frenético de actividad en el último año, cuando las llamaradas y tormentas solares se comenzaron a tornar en una constante en el clima espacial. Las últimas, dos fulguraciones de clase X, la más alta de su tipo, que apenas han estado separadas por tres días de diferencia. La primera, según explica la NASA en un comunicado, se produjo el día 2 de julio por la tarde (medianoche ya del día 3 en España), registrando una calificación X1.0 (la clase X indica que se trata de una fulguración más intensa, en una escala de uno a cinco; mientras que el número da información sobre su fuerza, y puede llegar hasta el diez). Tres días después, el día 5, en una franja horaria parecida, de la misma mancha surgió otra llamarada, esta vez de clase X1.6.

Esta última provocó una eyección coronal de masa (CME, por sus siglas en inglés) -un fenómeno que se produce cuando la actividad del Sol proyecta un chorro de partículas cargadas hacia el exterior-, que fue ‘fagocitada’ por otra posterior, fusionándose en una sola, llamada ‘CME caníbal’ que ha llegado a la Tierra este martes en forma de tormenta solar de rango G2 (moderado) a G3 (fuerte), según explican en el portal SpaceWeather. Otra CME caníbal se registró a mediados del mes pasado, y los expertos concuerdan en que seguramente no sean las únicas que veamos.

Pero, ¿qué le está ocurriendo al Sol? ¿Son normales todos estos fenómenos?

Un ciclo que se acorta

Las fulguraciones y eyecciones, así como las tormentas solares, son normales en este momento del ciclo solar. Porque las estrellas son enormes bolas de fluido extremadamente caliente, cargadas eléctricamente. Esta carga eléctrica se mueve, generando potentes campos magnéticos. Cada once años (más o menos), este campo magnético se ‘voltea’: los polos norte y sur intercambian posiciones. Y, después de otros once años, vuelven a su lugar. Cada uno es un ciclo y, también en cada uno, se da un máximo y un mínimo solar en los que la actividad de la estrella aumenta y disminuye. Los científicos pueden saber en qué fase se encuentra el Sol debido a la cantidad de manchas que se pueden observar en su superficie.

Este máximo solar estaba previsto para 2025, aunque muchos científicos creen que se adelantará a finales del próximo año, debido a la gran cantidad de manchas sobre la superficie del Sol. Si bien las manchas no son lo mismo que las erupciones y fulguraciones, sí tienen una relación directa, pues ellas surgen estos fenómenos.

Y aunque alcancemos el pico de actividad, en realidad sentiremos sus efectos aún más acrecentados justo después de pasarlo. Es por ello que el año que viene probablemente será un año ‘movido’ en cuanto a fenómenos solares, pero 2025 tampoco será tranquilo.

Las consecuencias de las tormentas solares

Como explicábamos, las erupciones del Sol envían poderosos ‘chorros’ de materia y energía al espacio. En la Tierra, lo más común es que sintamos este poder por las auroras boreales, las vistosas luminiscencias en el cielo provocadas por la interacción de estas partículas cargadas que envía nuestra estrella y nuestra atmósfera. Es algo común cerca de los polos, ya que nuestro campo magnético, una suerte de ‘capa protectora’ natural de nuestro planeta, es más débil en estos puntos; sin embargo, con tormentas solares más fuertes, el campo magnético se deforma aún más, provocando que estas auroras sean visibles en puntos donde no son habituales (de hecho, se han recogido auroras incluso en Madrid).

En el caso de eventos extremos, se podrían producir daños en las comunicaciones por radio, en las redes eléctricas terrestres e incluso dejar fuera de juego a los satélites (de hecho, hace unas semanas, SpaceX reportó que cuarenta de sus ‘soldados satelitales’ de Starlink quedaron literalmente ‘fritos’ por una tormenta solar). De hecho, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA) advierte que tras las últimas llamaradas y sus posteriores tormentas, la Tierra pudo registrar cortes en las comunicaciones, sobre todo en los lugares en los que ese momento estaban directamente mirando al Sol (en estos casos, parte de Estados Unidos).

Aún así, los científicos llaman a la tranquilidad: «No hay que estar preocupados, sino preparados. Y para eso está la ciencia. No podemos controlar la naturaleza, pero sí entenderla, y misiones como Solar Orbiter nos ayudarán a afinar los modelos y a comprender mejor qué es lo que ocurre con estos ciclos solares, que aún no entendemos del todo», señalaba para ABC Javier Rodríguez-Pacheco , catedrático de Astronomía y Astrofísica de la Universidad de Alcalá (UAH) e investigador principal de EPD, las siglas del instrumento Energetic Particle Detector (Detector de Partículas Energéticas en su traducción al español) a bordo de la misión Solar Orbiter, que está acercándose al Sol para ‘escudriñar’ de cerca a nuestra estrella y desentrañar algunos de sus misterios, incluidos los ciclos solares.

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